Un triste epitafio

En torno a una matanza de lechuzas

“El tránsito del campo de concentración a las cámaras de exterminio fue breve. Cinco días después del traslado, sin consultar con los biólogos ni con los veterinarios más antiguos del Zoo, 34 lechuzas, 31 de ellas endémicas y la mayoría nacidas en cautiverio, fueron exterminadas de manera alevosa y clandestina, lo que demuestra que el crimen se perpetró con plena conciencia, hasta el punto de que los cuerpos de las aves "sacrificadas", en lugar de enviarlos al Museo de Historia Natural, los echaron al vertedero.”
Simón Guerrero. Diario Libre.

Y yo que tontamente pensaba que no había nada peor que un crimen. Las autoridades del parque zoológico me han desengañado. La explicación de un crimen puede ser aun más horrenda. No en su esencia, sino en su indecencia. Resulta patético querer justificar lo injustificable con tecnicismos burocráticos. Aun aceptando que el proyecto fuera particular ¿acaso no se llevaba a cabo en el área del Zoodom? ¿Acaso no era importante para el conocimiento y la preservación de esas especies? ¿Acaso no contaba con el apoyo de múltiples personas dentro y fuera de la institución y del país? ¿Acaso el hecho de ser supuestamente particular bastaba para justificar la muerte y la destrucción?



Tiendo a desconfiar de la gente que substituye, cuando así le conviene, el pronombre singular de la primera persona por algo abstracto para ser usado como una coraza protectora. ¿Quién carajo es ese “personal de las unidades técnicas habilitadas” cuyo desconocimiento de un proyecto es una condición suficiente para matar con alevosía y nocturnidad a unas lechuzas prisioneras que no habían cometido delito alguno?

Así que cuando leo “ El Parque Zoológico tiene conocimiento del proyecto del señor Simón Guerrero como proyecto particular", es como si leyera: “no fui yo, fue el Parque Zoológico, señor Mieses; es como si escuchara “tráiganme una palangana de agua para lavarme las manos; es como si oyera un coro de verdugos decir frente a la fosa común, aun abierta: “Yo sólo cumplía órdenes.”

Me pregunto cual sería la suerte de lo moradores de algunas barriadas si se aplicara el razonamiento de los directores del Zoodom en el manejo de esos barrios ¿Habría que exterminar a mi albañil o mi jardinero porque viven un barrio construido por ellos mismos, sin el conocimiento de “las autoridades técnicas habilitadas” o porque no exista “informe o protocolo alguno que ampare” la existencia de aquel barrio?



Y cuando leo: “Ningún personal del Zoodom estaba involucrado en dicho proyecto. En ningún registro administrativo, de la clínica veterinaria o unidad de investigación del Zoodom existen informes o entrada y salida de alguna cosa con relación a donación o premio que tenga que ver con este proyecto", me pregunto: ¿estamos en pleno delirio o qué? Siento que debo ajustar mi cinturón de seguridad porque estamos entrando en órbita alrededor del planeta Burrocracia y temo que alguien me va a gritar: ¡muéstreme sus papeles! Ningún informe dice que usted existe. Párese ahí.
Preparen. Apunten.
¡Fuego!

Hay eufemismos que retratan la iniquidad mejor que la iniquidad misma. “Tomar acción” y “sacar los animales” se convierten así en expresiones sanguinarias. “Cerrar un proyecto” es una patética manera de describir una matanza. La frase: “el área se encuentra en proceso de reparación" es una verdadera iniquidad.

Esas aves se merecían, sin duda, un epitafio menos hipócrita.