18 marzo 2010

El elogio de la crítica




Es un grave error para un escritor, cuyas energías debe reservar para la realización de su obra, distraerse en querellas en torno a las opiniones de sus críticos, aunque éstas le parezcan descabelladas o injustas o aunque crea que algunos de ellos correspondan perfectamente a la opinión de Samuel Johnson en el sentido de que “la crítica es una actividad por medio de la cual se adquiere, con poco gasto, importancia. El que es débil por naturaleza e ignorante por pereza, puede todavía sostener su vanidad con el nombre de crítico.”

No estoy de acuerdo con Johnson porque entiendo que el crítico debe decir lo que piensa, pues tiene, como el escritor, un deber hacia los lectores y hacia sí mismo como ente moral. Pero debe decirlo siempre y en toda ocasión. Para él es un gran error ser selectivo en base a criterios de aversión o de envidia y más que un error es una falta a la ética. Claro, quien no tiene nada que decir, debe seguir el consejo que Wittgenstein da a algunos filósofos y no decir nada. Se hará a sí mismo un bien y también a los demás.

El escritor debe tomar en cuenta que en la tierra de Nod de la crítica, lo realmente grave no es una opinión adversa, ni siquiera una injuria, sino la indiferencia, sobre todo por su impacto negativo en la dinámica intelectual de una sociedad. Al callar, un crítico muestra, de una manera un tanto turbadora, más desprecio hacia su oficio que hacía la obra y se degrada a sí mismo más que al libro o al autor, puesto que en su caso opinar es un deber. Los críticos que callan por cobardía, por ignorancia, o por lo que sea, deberían cambiar de oficio.

El escritor tampoco debe albergar sentimientos de desprecio o de rencor hacia los críticos; la crítica es en extremo importante, por un lado para el público pues lo ayuda a intentar lecturas diferentes, lecturas que a veces, si el crítico es sagaz, no son evidentes; por otro lado, es importante para el autor, pues una lectura inteligente de su obra puede retrazar los caminos secretos de su oficio y le puede mostrar las deficiencias de su método de escritura, algo que los escritores pocas veces logramos definir con claridad.



El crítico literario puede ser tan creativo como lo puede ser el autor; alguien como Pierre Menard, en el planeta Borges, que lejos de un lugar de la Mancha imposible de recordar es capaz de recrear a un hidalgo de los de lanza en astillero y adarga antigua. Sainte Beuve lo sabía y por esa razón pensaba que “la crítica, tal como yo la entiendo y como quisiera ejercitarla, es una invención y una creación continua.”

Claro, pienso en los verdaderos críticos, no en aquellos que prefieren acariciar sus egos deformados o lanzarse en una carrera tan inútil como patética hacia la notoriedad; ni en aquellos que regurgitan amargamente sus frustraciones y se contentan con verter al mundo sus rencores o los tormentos de sus vidas quizá porque miden su fracaso a partir del éxito aparente de los demás, lo que es un error y más que un error, un suicidio intelectual ya que el éxito personal es sólo celebridad momentánea; capricho social; moda pasajera.

El éxito de un escritor como persona en un momento dado, en una sociedad dada es un asunto de vanidad personal; lo único que cuenta en un artista es su obra y pienso que la prudencia aconseja que debe ser lo que importe también a los críticos.

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