Palabras preliminares
Queridos amigos, estaré muy ocupado en los próximos meses y este será tal vez el último de la serie de artículos que he estado publicando semanalmente en este Weblog. Pueden ustedes seguir enviando sus opiniones, sus críticas, así como recomendar, denunciar, rechazar o reproducir (a condición de reconocer los derechos de autor) cualquiera de mis entradas, si así lo desean. A los seguidores de este blog les prometo volver en un par de meses a más tardar. Gracias por su fidelidad y hasta pronto; un gran abrazo colectivo, Juan Carlos Mieses
Las casas de Dios
He olvidado los detalles de mi visita al palacio del Sultán de Cirebón. Sí recuerdo que al salir, el almuecín recitaba el segundo llamado a la plegaria. Interpreté aquella letanía como un recordatorio de la dimensión trascendente de los hombres frente a la perdurabilidad de los dioses y aquel pensamiento me hizo tomar la dirección de la casona al otro lado de la calle: la más vieja de las mezquitas javanesas.
En el interior de su austera arquitectura reinaba un ambiente de frescura y de penumbra; la luz del día era apenas un resplandor tenue, lejano. En el extenso salón sembrado de pilares de madera primorosamente esculpidos los fieles se postraban en silencio hacia la Meca. La recreación artística de una arboleda mística ― un oasis de fe en el desierto de las almas ― era sobrecogedora. Al final de la inmensa pieza había una puerta interior ante la cual tuve que detenerme. Más allá de aquel umbral se abría un espacio relativamente pequeño cubierto de tapices persas y de tabiques decorados con versos del Corán escritos con letras de oro. Sólo los fieles de Allah podían entrar en ese lugar, me informó un amable joven; sonreí al recordar al padre Andrés, de la orden de los salesianos, que en la vieja capilla de la Altagracia, en Villa Juana, no se cansó nunca de repetir que Dios estaba en todas partes.
No lejos de la mezquita se levantaba un gran Klenteng, palabra que en Indonesia designa a los templos chinos. Cirebón es lugar de residencia de una numerosa comunidad china cuya historia está escrita, y continúa escribiéndose, con lágrimas. Refugiados de sus propios dominios, navegantes y hábiles comerciantes, una importante comunidad china se instaló en el archipiélago en los primeros siglos de la era cristiana. Desde entonces ha pagado con sangre el precio de su éxito económico y ha servido de chivo expiatorio en todas las crisis políticas del país. Ciudadanos de segunda clase, han dejado de ser chinos ante los ojos de Pekín y no llegan a ser considerados como indonesios por Jakarta. Poseen derechos civiles y son ciudadanos, pero no pueden formar parte de las fuerzas armadas o de la policía. Tienen una cédula nacional, pero en ella se marca su origen chino. Son aceptados por la comunidad en tiempos de paz, pero sus vidas no valen una rupia en momentos de crisis, es decir, demasiado poco y demasiado a menudo.
Dentro del templo, me recibe la fragancia de la fe. Los fieles queman barras de incienso en grandes vasijas de bronce repletas de arena. Los altares están repartidos en áreas en torno a patios interiores abiertos al cielo, a donde se dirigen las perfumadas volutas de humo. Una dorada hilera de divinidades y de ancestros me vigila en los pasillos; sobre el techo, los dragones con sus fauces abiertas protegen el recinto de la intrusión de los demonios. Se consume en las cosas tu presencia que soledades últimas abruman... recito en silencio, pensando en otras humaredas, y en un hombre que una vez, en otros tiempos, pretendió ser un dios.
Antes de salir me detuve a observar por unos minutos los rituales de una vieja adivina que por medio de tablillas de bambú buscaba predecir el futuro; el de otro o el de ella misma; quizá el de su comunidad, una vez más amenazada por la crisis política y económica que estremece la nación. A penas salí al exterior escuché la grave voz de bronce de otro dios con espinas que los hombres mataron hace tiempo y que aún respira...
Aquí vale la expresión, ¿a quién creerle?
ResponderEliminarTres religiones y las que faltan, se dividen el mundo y se creen poseedoras de la verdad. Son excluyentes y se toleran en medio de la intolerancia.
El encanto de esta hermosa descripción esconde sin embargo el drama interno que la fe suscita en sus participantes, la increíble fuerza ciega y brutal y aniquilante que la misma desencadena.
Pero tal vez sea mejor así, tal vez sea mejor quedarnos observando desde lo lejos, desde la distancia sin qurer saber más, no ahondar para no despertar los dragones o quién sabe si los tigres o nos crucifiquen como tantas veces la historia pasada y presente nos lo hace vivir y recordar.
Encantador este relato!