31 julio 2009
Facebook, otro espejo enterrado
Como todo espacio en la red, Facebook tiene vocación la libertad, por lo que cualquier intento de imponer reglas de conducta es vista con sospecha por parte de los usuarios. Las reglas ― unas explicitas, otras tácitas ― existen, sin embargo. Unas rigen la sintaxis de los lenguajes informáticos y comunican nuestros objetivos de presentación a los navegadores; otras manipulan nuestra interacción en órbitas que nos acercan y nos alejan los unos de los otros en esta nueva continuidad algorítmica, otras, aún en esta época iconoclasta por excelencia, nos impiden traspasar los linderos del decoro, pero ninguna de ellas remplaza o anula las más importantes de todas, las de cortesía: la última trinchera de la civilidad.
A menudo, en Facebook, nos contentamos con acumular amigos, como quien colecciona corbatas o bufandas, sólo para que otros vean que tenemos muchos y muy variados. Otras veces aprovechamos para pedir favores a personas que apenas conocemos y luego nos permitimos borrarlos de nuestra lista al menor desacuerdo, como si las personas no fueran reales, sino apenas un nombre y una fotografía que podemos eliminar con un simple clic al capricho de nuestra arrogancia.
Es que en la red, embrujados quizá por la falsa impresión de una inexpugnable intimidad, nos mostramos a veces tan espiritualmente desnudos como nuestro pudor nos permite, tan despistados como nuestra torpeza nos empuja, tan egoístas como nuestro ego nos tienta o tan desvergonzados como no osaríamos manifestarnos en un espacio físico de tres dimensiones.
En ocasiones demasiado frecuentes nos permitimos confesar pecados, pasiones, deseos, frustraciones y debilidades con asombrosa impudicia; olvidamos dar las gracias por las felicitaciones o los comentarios; ignoramos con insolencia las muestras de amistad y hasta nos damos el ambiguo lujo de ser más groseros de lo que aconseja la prudencia, como si el simple hecho de ingresar en una dimensión digital nos convirtiera en una entidad virtual sin lazos con la realidad. Pensamos, por ejemplo, que no es preciso presentarnos al solicitarle a alguien ser nuestro amigo y que no es necesario explicarle a ese desconocido, en pocas palabras, quienes somos o por qué queremos estar en su lista de contactos, y aún después de ser aceptados, nos permitimos no tomar una sola iniciativa de comunicación que justifique nuestro interés y nuestra solicitud.
Ciertamente Facebook es un espacio de libertad, pero no hay nada más implacable que la libertad y a cambio de su disfrute ― porque nada bueno y verdadero hay sin dolor ― cada acción, cada palabra, nos delata y nos desnuda, como aquel espejo enterrado que le mostró a Quetzlcoatl ― él, que no imaginaba tener un rostro humano, puesto que era un dios ― su verdadera naturaleza.
Una red de contactos no remplaza la vida social, la enriquece con nuevas alternativas, con mecanismos inéditos, con formas originales de expresión, y al mismo tiempo, revela nuestra visión de la sociedad, nuestros defectos y virtudes, nuestros conceptos del bien y del mal y ― digan lo que digan las brujas de Macbeth ― nuestra posición ante la idea de lo hermoso y de lo horrendo.
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mamiloi atravez de google1
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