20 abril 2009
Migración y deforestación
Nota sobre la novela criolla “El Día de Todos"
(Publicado por Simón Guerrero en Diario Libre el 3 de abril 2009)
“¿Qué es un milagro, Memé?
La abuela la miró por largo rato con sus ojos húmedos como si le lloviera por dentro.
Un milagro es igual que un sueño sólo que estás despierta.”
El Día de Todos
Hace ya muchos años, el escritor Juan Carlos Mieses, su esposa Eveline y yo hicimos un viaje por la vieja carretera del Cibao, atravesando el país de este a oeste. Al llegar a la frontera giramos hacia el sur y recorrimos la fantasmal “Carretera Internacional”.
Fue una experiencia desgarradora. Un paisaje lunar en el que de pronto surgían, como si se tratara de un espejismo, niños haitianos hambrientos y desnudos gritando “chele, chele, chele”. Vestigios de esos recuerdos indelebles sobreviven en “El día de todos”, la novela de Mieses que ya está en la imprenta de una prestigiosa editora.
Se trata –cuenta el autor- de una monstruosa conspiración ideada por Jean Pierre Bouchard, uno de esos demonios colectivos que embrujan a las sociedades, quien concibe un plan, tan inverosímil como horrendo, para desencadenar el caos en la isla. Su propósito último es provocar un éxodo masivo desde Haití para aliviar la miseria endémica de su nación. Para lograrlo se vale de la magia, la desinformación, la manipulación, el engaño y el crimen…
“Si tuviera que definir la novela “El Día de Todos” por medio de una alegoría, diría que es la historia de una pesadilla. Los pueblos pueden fracasar en su intento de realizar un sueño común, un proyecto común, pero ese fracaso no les impide compartir una pesadilla colectiva. La historia pone de relieve una preocupación actual y recurrente en nuestra sociedad y plantea una pregunta que aún espera una respuesta responsable.”
Otras reflexiones del autor sobre las motivaciones profundas de su novela aparecen en su blog: Destinación: El Día de Todos.
La vida de la novela late en la voz de Tit’karine, una niña haitiana que es testigo inocente de la trama:
“Sus pequeños pies descalzos hacían volar nubecillas de polvo que el viento deshacía y arrastraba. De esa manera ― y era la parte que más le gustaba ― las pisadas se convertían en brisa y viajaban por los caminos del mundo.”
Alguna vez se alude en la novela al contraste entre el lado haitiano, reseco y sin nada verde en que descansar la vista, y el lado dominicano, tan boscoso que la línea fronteriza (caso único en el mundo) deja de ser imaginaria; hecho que a los dominicanos nos crea la falsa ilusión de que nuestros bosques no corren ningún peligro. Tit’ karine no alcanza a entender la diferencia:
“Del otro lado se extendía la Dominikaní, una tierra llena de peligros de donde la gente volvía diferente o simplemente nunca retornaba. Un lugar repleto de grandes árboles, de ríos y de pájaros de colores; al menos eso había escuchado, pero ella no lo creía del todo porque más allá de la carretera no veía más que las mismas piedras, el mismo barro, los mismos troncos de árboles muertos, el mismo sol y el mismo cielo de la aldea.”
Cuando Tit’karine interroga a su abuela los diálogos son de una belleza alucinante:
“¿Adónde se va el sol todas las noches, Memé?
Se va hasta el fin de los caminos a hablar con Legbá y a preguntarle si debe salir otra vez; porque los días son un regalo de Legbá, mija.”
Simón Guerrero
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