13 junio 2009

La pregunta de Vassano


Letras de Fuego

Un salto al hiperespacio... literario


Tit’ karine no sabía lo que era el mar.
Es como el cielo, pero derretido, le dijo la abuela y Tit’ karine imaginó grandes nubes blancas flotando en un líquido azul claro.


El día de todos


A raíz de la publicación de mi último libro, mi viejo amigo Gilberto Vassano me preguntó cual era el camino más directo para llegar desde la poesía hasta la novela; estuve al punto de responderle con alguna ingeniosa alusión al motor de búsqueda que en nuestros días reemplaza a diccionarios y a enciclopedias o con uno de esos aforismos de Wilde que tanto ayudan a salir del paso y a disimular nuestra ignorancia, pero la cuestión era demasiado importante para pretender anularla con un simple comentario sagaz.

Su pregunta me hizo pensar a la vez en algunas de las teorías de Stephen Hawkins y en unos versos de Máximo Avilés Blonda escritos para su obra: “Yo, Bertolt Brecht” y que desde mis años de estudiante resuenan en mi cabeza; la relación, aparentemente contradictoria, entre aquellas líneas poéticas y el matemático de Oxford no era ni desatinada, ni gratuita.

remolino
El primero de esos versos, en mi opinión, representa la más contundente declaración de optimismo que se haya escrito alguna vez; refleja el entrañable amor al prójimo y la confianza inquebrantable de Avilés en el ser humano y en su destino:

Pasa que pasa el tiempo
Y cuando pasa es mejor

El segundo es un simple estribillo y encierra una de esas metáforas que yo suelo llamar naturales porque nacen de la observación más elemental de la realidad ― una estimulante actividad que suelen practicar los poetas más imaginativos ―, dos sencillos octosílabos que no ofrecen un significado instantáneo, sino que funcionan más bien como una letanía y que arrastran un embrujo melódico en sus sílabas remolinantes:

Gira que gira, gira
Gira que gira el tiempo


En cuanto al astrofísico, siempre he tenido la seguridad de que si Stephen Hawking no escribiera sus conceptos y sus intuiciones en el críptico lenguaje de los números podría habérsele adelantado a Avilés en la expresión octosilábica, ya que el mundo que nos revela el poeta a través de sus espirales sintácticas no es diferente del que narran las ecuaciones del cosmólogo al definir las fluctuaciones quánticas en la curvatura del espacio-tiempo o al señalar como real la paradoja de ubicuidad en ciertas partículas del universo de lo infinitamente pequeño.

Otras letras

Ese estribillo, que en su inmensa sencillez reproduce ― a la manera de los relojes de sol ― la armoniosa ronda del universo entero, se repitió a menudo en mi interior mientras escribía “El día de todos” y aunque en esos momentos no relacioné la novela con los versos ― sin duda porque suelo pensar a menudo en aquel poeta y autor dramático, en aquel hombre íntegro, educado y amable que fuera mi maestro y también mi amigo ― ante la interrogación de Vassano me sorprendió descubrir que muchos de mis personajes parecían cautivos del ritmo y del embrujo de aquellas palabras, que se desplazaban sin cesar; que recorrían calles, llanuras, lomas, cielos, cañaverales o mar y al detenerse era para observar embelezados los milagros reales o imaginarios que les rodeaban, para constatar, en la poblada soledad de una noche, que un instante era a la vez el comienzo y el final de un camino infinito, para ver el cosmos a través de las opacidades de la materia, para mirar más allá de los linderos de la realidad o para encontrarse frente a frente con algún antiguo dios como si ellos también giraran sin cesar junto con el tiempo, junto con los astros.

Por esas razones tan ilógicas, tan perfectamente absurdas, tan irracionalmente verdaderas, simplemente le contesté a Vassano que el camino más directo para llegar de la poesía a la novela era un sencillo verso de Máximo Avilés Blonda.

© jcm. Chalons-en-Champagne.

final

0 comentarios:

Publicar un comentario

Los comentarios de los lectores son bienvenidos