Artículo publicado en Ventana, del Listín Diario, el 23 de mayo del 2009
¿Qué significa para usted escribir?
Mucho; para mí es como hacer algo que es al mismo tiempo natural y sorprendente como respirar, pero bajo el agua. Podría no hacerlo, imagino, pero la vida no sería la misma. Escribir, más que enunciar ideas o sentimientos ―aunque es inevitable que una parte de nuestra intimidad trasluzca tras las palabras ― me permite recrear esas curiosas formas de vida y de expresión que se han formado en mi interior y definir así mis posiciones frente al mundo.
¿Desde cuándo lo hace profesionalmente?
¿Era Sócrates un filósofo profesional o Isaías un profeta profesional? En ambos habitaba una pasión, una búsqueda de verdades y de certidumbres. Con la literatura pasa algo parecido. No me considero un profesional de la escritura, aunque en ocasiones hay, como casi todo en la vida, responsabilidades, horarios, aspectos financieros. Hay que separar la creación del uso que se le pueda dar.
Dentro de los géneros literarios en que ha plasmado sus historias, poesía, cuento, obras teatrales y ahora la novela, ¿con cuál se siente más identificado para contar sus historias y por qué?
El género, en mi caso, es más una consecuencia del tema que quiera yo resaltar y de la manera en que lo quiera tratar más que una decisión apriorística. Cada género tiene sus limitaciones y sus ventajas inherentes y cada uno exhibe ciertas virtudes esenciales así como distintas posibilidades de su lectura. Partiendo de un mismo pretexto uno puede imponer el género desde el inicio, evidentemente, pero los resultados no sólo serán diferentes sino que en ningún caso serán equivalentes.
¿Cuáles autores y obras le han influenciado como escritor y en su estilo de narrar sus historias?
Depende de la época. Siempre he aprendido algo en todo lo que hago o leo; en mis primeros años las tiras cómicas fueron muy importantes para mí; tanto así que no sabría decir si las historietas de Steve Rooper me influyeron menos que las obras de Anouilh, o las reflexiones de Trucutú más que las de Popper. Galván, Haggard, Borges, Avilés, Franklin Mieses, Graham Greene y Flaubert y muchos otros… a todos les debo algo, todos me influyen. Unos por sus estilos, por sus ambientes, por sus temas, por las soluciones a sus conflictos, sus estructuras o simplemente por el uso de la puntuación o ciertas manías de sintaxis.
¿Qué lo motivó a escribir este libro?
La primera vez que visité Haití me impresionó constatar tantos contrastes culturales a unas pocas horas de mi casa. Fue como si estuviera en otro continente; después me conmovió descubrir tantas semejanzas dentro de aquella diversidad; ya no me pareció estar lejos. Cuando estudié con detenimiento, en la medida en que es posible encontrar datos realmente confiables en el recuento de nuestro pasado, me di cuenta del papel importante que la desinformación, los prejuicios y las desconfianzas han jugado en la formación de nuestro presente. Un día imaginé unos personajes y unas escenas que poco a poco se fueron imponiendo hasta terminar el proyecto “El día de todos”.
¿Qué persigue usted con esta obra: informar, concienciar, denunciar, etc.?
Un libro puede ser todo eso, pero le aseguro que cuando escribo no tengo en la mente intenciones de ese tipo. Hay demasiados aspectos que considerar y demasiados problemas que resolver de orden técnico, estructural o estilístico para pensar en motivaciones extra literarias. Si el lector se plantea esas preguntas es porque son importantes para él.
¿Por qué utilizó el género de la novela para narrar las historias y que tiene de especial este género literario para usted al momento de contar esta historia ya que es la primera vez que incursiona en este género?
A veces tengo la impresión de que el género es el resultado de una serie de fracasos, de intentos de métodos de escritura que resultan imposibles. Quizá no encontré otra manera de narrar esa historia demasiado compleja para ser un cuento, demasiado detallada para convertirse en un poema, demasiado extensa en la geografía, en el tiempo y en el tema para acabar siendo un drama. La novela era, fatalmente, el género ideal.
¿Cuánto tiempo le tomó idear y finalizar la obra?
Podría responderle que me tomó toda una vida porque no podría haberla escrito a los quince años. La novela, como la degustación de los vinos y la apreciación de ciertas formas musicales, exige cercanías, experiencias y reflexiones previas durante lapsos de tiempo que difieren según los autores. El proyecto específico de esta novela duró mucho tiempo porque tuve que familiarizarme con las herramientas del novelista.
¿Por qué el nombre “El día de todos”?
Aunque el título es lo primero que el lector conoce es lo último que yo escribo. Por lo regular el título se me impone una vez la obra está terminada. Durante un tiempo la llamé: ‘Lavalás’, que arrastra la idea de inundación en creole, pero sus connotaciones políticas eran demasiados obvias. “El día de todos” se impuso en parte porque marca la cerradura del círculo, que es algo que siempre busco en mis obras, que le da sentido de un final orgánico y natural. Ese título está íntimamente relacionado con un personaje importante de la novela, Tit’Karine, personaje que funciona como el corifeo de las tragedias de Sófocles. Además, el hecho de que se trate de la última frase de la novela le da, a mi entender una significación especial; las últimas frases siempre han sido muy importantes en mis lecturas, en mi vida y en mi escritura.
¿En qué década está ambientada la novela?
El tiempo, como todo elemento en una novela, tampoco es real o, si me permite usted, el tiempo es también una creación literaria, aunque cierta exigencia de verosimilitud imponga una interrelación constante entre las realidades del lector y de los personajes. Creo que para el lector la respuesta a esa pregunta es evidente.
¿Es una novela de ficción, basada en hechos reales, o es un híbrido de ambas?
Toda obra utiliza los elementos de la realidad para existir, como una simiente utiliza lo que tiene a mano para crecer y convertirse en un árbol, no es la simple suma de sol, aire, tierra, agua o azar sino una entidad diferente a los elementos que la formaron. Una novela no es diferente. Se podrá encontrar en ella muchos aspectos de nuestra realidad, pero siempre será algo distinto, algo que lleva su propia definición y su propia justificación.
En cuanto a los personajes, lugares y las tramas ¿por qué utilizó el tema haitiano como eje central y para crear los personajes?
No me planteo durante la escritura esa clase de interrogantes que corresponden más bien a la natural curiosidad de los lectores y a la labor de los críticos literarios. Simplemente me propuse desarrollar el texto desde una perspectiva lejana que me permitiera echarle una ojeada diferente a nuestra sociedad, así que tenía que hacerlo a través de los ojos del otro. Los personajes haitianos tienen ese doble papel de ser ellos y al mismo tiempo de dejarnos ver a nosotros mismos desde ángulos inéditos, como cuando uno se oye hablar por primera vez en una grabación y se da cuenta, no sin cierta perplejidad, como los demás oyen nuestra voz.
¿Cuál es la parte que más disfrutó al escribir este libro: al crear los personajes, el ambiente, el uso de recursos literarios, etc.?
Sin duda la parte más placentera de la escritura es cuando uno logra poner en papel, real o virtual, lo que hasta ese momento era sólo un proyecto, un deseo, una premonición, un vago sueño. Otro momento extraordinario es cuando los personajes se forman, se revelan y deciden actuar por su cuenta sin tomar en consideración las pretensiones de su creador porque quieren existir de forma independiente. Luego llega el trabajo arduo, cuando uno tiene todos los materiales colocados en un rincón y hay que construir la novela, subir la estructura principal, llenar los huecos, hacerla funcional, dramática y finalmente terminar todos los detalles. Ese es un trabajo difícil, a veces penoso, pero indispensable, y creo que ningún trabajo honesto es fácil.
Al leer la novela se percibe un sentido de lucha y supervivencia de los personajes, ¿qué quiere reflejar con este recurso?
No lo veo como un recurso sino como un resultado de la interacción entre nuestra realidad y la de los personajes. Una vez escribí que esta isla era “como otro barco con muchos polizones, velámenes en forma de palmeras y cavernas para morir de miedo y hambre y soledad”. Ese sentido de supervivencia siempre ha estado presente en este país, en esta isla que ha sufrido, más que decidido, el curso de la Historia. Los personajes reflejan un sentimiento compartido en nuestra saga colectiva.
¿Se siente satisfecho con la obra?
Sin duda lo haría diferente si tuviera que rescribirla, pero llega un momento en que hay que terminar las cosas aunque sólo sea para poder seguir adelante o se queda uno con la impresión de haber olvidado algo importante. La literatura no es diferente del resto de nuestras vidas. Llega un momento en que hay que aceptar ciertas limitaciones y hay que vivir con ellas. Queda siempre la esperanza de mejorar los futuros trabajos y el sentimiento del deber cumplido cuando uno hace lo mejor que puede dentro de sus posibilidades.
Mi enhorabuena.
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