14 mayo 2012
DE LA BIOGRAFÍA DEL ENSAYO A LA APOLOGÍA DE LAS PALABRAS
Ensayo de Francisco Rafael García Pérez
De todos los géneros literarios, el ensayo es el único con una fecha de nacimiento tan inequívocamente exacta. Mientras en la Antigüedad al drama, a la lírica o a la epopeya les bastaron las emociones de sus creadores, al ensayo, de su parte, le fue menester que a la aparición de la tolerancia en la Edad Moderna se le uniera una forma diferente del hombre contemplarse a sí mismo, aparte de ese espejismo que deslumbró desde Petrarca a Erasmo a los seguidores del Humanismo, que murieron ilusionados creyendo que una nueva civilización nacería como consecuencia del estudio de las letras clásicas.
Desde la caída de Roma en 476 hasta la de Bizancio en 1453 se vivieron mil años en los que la cristiandad preservó, a base de hacerlo suyo, gran parte del patrimonio germano-latino legado por las ruinas del Imperio Romano de Occidente. El precio para lograrlo tiene diferentes nombres y un denominador común. Los nombres son: hogueras, patíbulos, inquisiciones, autos de fe, índices de libros prohibidos. El denominador común lo constituye la intolerancia. Era casi imposible que con este panorama surgiera durante la Edad Media un género literario que como el ensayo se apoya en el ejercicio más absoluto de la libertad de pensamiento.
Llama la atención, de todos modos, que en tiempos tan propicios para la aparición de este género literario, como fueron los de Atenas durante el siglo V antes de Cristo, cuando ya había ocurrido el llamado tránsito desde el mito con Homero y Hesíodo, siglos atrás, al lógos con los Presocráticos de la escuela jónica, y en los que también el hoy revalorado movimiento de los sofistas, en el que se permitía cuestionar todo lo divino y lo humano lo que representa una de las posturas intelectuales más avanzadas de todos los tiempos no hubiese, sin embargo, atisbo alguno de nada parecido al ensayo. Difiero en este punto de Francis Bacon, el padre inglés del ensayo, quien en su epistolario plantea que desde Las cartas a Lucilio de Séneca cabe decir que ya existía. Una exageración, creo, nada diferente de aquella otra de Harold Bloom, el crítico norteamericano, que ve el ensayo ya presente en el Libro de Job.
Sólo la Edad Moderna podrá brindar el marco histórico y social para el surgimiento del ensayo. La Francia de fines del siglo XV, durante la dinastía de los Valois y la Inglaterra de los Tudor serán los países, en el sentido estricto del término, en los que aparecerá y se desarrollará este género literario nuevo. Con sus matices particulares, serán los dos lugares de Europa en los que primero ocurra la formación del Estado-nación moderno. Con el advenimiento de esta nueva criatura política y jurídica todo el aparato del poder recaerá sobre el monarca, lo cual hará que tanto el clero como la nobleza, que hasta la Edad Media competían por la autoridad, deban en lo sucesivo responder al rey. Esta recomposición de la autoridad, sumada a la consiguiente desmembración del régimen feudal, privará al clero del papel de responsable de la ortodoxia, con lo que la tolerancia se abrirá paso y permitirá las condiciones necesarias para que apareciera el ensayo.
Si el Humanismo y el Renacimiento fueron los causantes del derrumbamiento del orden medieval, el hundimiento del orden clásico nacido al amparo de aquellos tuvo lugar de 1680 a 1715. En esos años, Spinoza, Locke, Leibniz, Bossuet y Bayle se ocuparon de sustituir una civilización fundamentada todavía en la idea del deber hacia Dios y hacia el rey, por otra basada en la idea del derecho: los derechos de la consciencia individual, de la crítica, de la razón, del hombre y del ciudadano. Es lo que Paul Hazard diera en llamar “la crisis de la consciencia europea”. Con 100 años de anticipación estaban dadas todas las condiciones intelectuales para hacer saltar en pedazos el Ancien régime y dar paso a la Edad Contemporánea. Esta segunda crisis de la modernidad fue la atmósfera propicia al momento de mayor esplendor del ensayo con Voltaire, Rousseau y Diderot en Francia y Jonathan Swift, Samuel Johnson y William Hazlitt en Inglaterra. El ejercicio de pensamiento que ellos y sus sucesores crearon vino al Nuevo Mundo para abonar las independencias del siglo XIX a bordo, irónicamente, de los mismos buques que traían a los colonizadores.
El ensayo contemporáneo es, hasta el día de hoy, heredero de los ensayistas que surgen a la sombra de esa segunda gran crisis de la modernidad. En Inglaterra: De Quincey, Walter Pater, Oscar Wilde, Gilbert K Chesterton hasta llegar a George Steiner e Isaiah Berlín terminaron de darle forma definitiva al género. En Francia: Paul Valery, Sartre, Camus o Yourcenar lograrán páginas inolvidables. Y en España, hay un primer momento, poco conocido, durante el reinado de Isabel II (1833-1868) en el que ocurre la gestación del Estado liberal y, más tarde, en la Generación del 98, cuando de las ruinas del imperio español acabado de colapsar aparezcan pensadores como Unamuno, Azorín y Ortega y Gasset . En Estados Unidos y en América latina el ensayo derivará directamente de estas tres tradiciones. Los nombres de Thomas Payne, Thoreau, Emerson o Poe en la primera y los de Martí, Rodó, Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Borges u Octavio Paz, en la segunda, se sirvieron directamente de estas fuentes. Tanto en la historia literaria de Estados Unidos como en la de América latina el ensayo no aparecerá hasta tanto con las independencias de ambas no termine de consolidarse su condición política de Estados-naciones.
Los ensayos de Juan Carlos Mieses incluidos en su libro Apología de las palabras y otras variaciones (Marzo 2012) constituyen un conjunto de diecinueve textos agrupados en tres divisiones que llevan por título: Variaciones literarias, Otras variaciones y Bitácora de viaje. En Variaciones literarias el lector se encontrará con Ese otro mar, entre los quince acaso mi favorito, en el que partiendo del poema de Jorge Luis Borges, 1964, La muerte, ese otro mar, esa flecha/ Que nos libra del sol y de la luna/ Y del amor…..Juan Carlos Mieses reflexiona sobre el misterio insondable de la muerte y la vida, en tanto expresiones extremas de ese otro gran misterio que es el ser humano y juega con la imagen paradójica del verdadero rostro del individuo, que la muerte termina fijando en el aciago instante en que termina todo. De las frases más hermosas de este ensayo, son aquellas que reserva para referirse a la metáfora del río de Heráclito: “Y ya la imagen no parece solamente hermosa, sino el resultado de una reflexión de siglos. Pues si el río representa la vida, su final necesariamente nos lleva a pensar en la muerte, en el mar”. O aquellas otras en las que memorablemente evoca al Nilo diciendo “….mucho antes de ser arroyo o manantial el Nilo fue nube, fue lluvia, nieve, hielo, granizo, bruma; fue sereno y rocío…” Contrasta esta, aparte de hermosa y certera interpretación de 1964 de Juan Carlos Mieses, con la no menos hermosa, pero del todo errónea hecha por Marguerite Yourcenar, en Borges o el vidente, su último ensayo, en el que percibe al poema como expresión de la angustia silenciosa del poeta ante la ceguera.
En Otras variaciones, que es la segunda división de los textos, uno se encuentra con el tratamiento de temas diferentes. Vida, aborto y constitución es una sobria reflexión en torno al debate bioético sobre el aborto, el concepto de vida humana objeto de interpretaciones, las unas cargadas de connotaciones mitológicas, las otras con pretensiones de rigor científico, pero que en fin de cuentas todas se agotan en discusiones de interminables desacuerdos. Sus análisis insisten en el perfil, por completo injusto, de las conclusiones a las que el Poder legislativo de la sociedad dominicana, por influjo del clero, hubo de arribar a raíz de la aprobación de la última constitución. Se trata del ensayo en su más pura acepción de ejercicio espontáneo del intelecto humano entregado en cuerpo y alma a la búsqueda de argumentos y razones con los que formular ideas desprovistas de ideologías, creencias ajenas a credos y siempre equidistantes de la duda y la certeza. Pienso que en este ensayo, en particular, tanto o más que en los otros, el lector verá reproducirse mejor el camino recorrido por los clásicos del ensayo, desde Montaigne hasta nuestros días. No menos se percibirá también en La historia ¿memoria colectiva?, La moneda de tres caras y Westfalia y la libertad. Bitácora de viaje incluye uno de los textos más extensos de todos. Es el titulado Nostalgia de Indonesia en el que Juan Carlos Mieses entreteje junto al relato del viaje reflexiones sobre los temas que incluyó en los dieciocho ensayos anteriores y, como en el movimiento final de una sinfonía, da un cierre magistral a las ideas que vino exponiendo antes.
Juan Carlos Mieses en Apología de las palabras y otras variaciones recorre el espectro completo de los demonios que obsesionan al conjunto de su obra literaria. Quien se acerque por primera vez a su literatura tendrá en estos ensayos acceso al laboratorio en el que el artista fue probando uno a uno todos los ingredientes que terminaron conformando la materia de la que está hecha su imaginación, desde los versos de Urbi et Orbi en 1983 hasta la nostalgia de Elisa Santillán en Las palomas de la guerra en 2010. La historia y sus héroes y antihéroes, el amor, la nostalgia, los viajes y el mayor de todos los viajes que es la vida y la muerte, todos se dan cita en este libro. Quienes acostumbramos a recorrer sus libros recuperaremos en este toda la felicidad que le agradecemos a Juan Carlos Mieses por su magnífica literatura.
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