14 marzo 2012

UNA MAÑANA LUMINOSA


A los alumnos del colegio Minetta Roques y a la profesora Griselda

Llegué a las puertas del colegio un poco antes de las diez; pensé, mientras caminaba hacia la puerta, que una hora más tarde habría cumplido con mi compromiso y que simplemente volvería a mi estudio para retomar mis labores rutinarias, pero debí sospechar que la mañana me traería algunas sorpresas; mientras esperaba en la recepción que llegara la hora de mi cita con los alumnos, me enfrasqué en una inesperada conversación sobre las bondades de la muerte con una amable educadora de la universidad Apec que había venido a acompañarnos.

El encuentro tuvo lugar en la planta alta. El aula estaba decorada con grandes dibujos elaborados por los alumnos. Uno muy grande – inspirado en la portada de la novela – y que se encontraba colocado justo detrás de la mesa de honor, llamó particularmente mi atención. El azul del mar invadía la isla de Santo Domingo, de color rojizo como el barro. Una niña con trenzas – Tit Karine, de espaldas – mira hacia el mar; de la tierra al mar; de la realidad al sueño.


Fotografías y carteles, relativos al Día de todos, decoraban los muros. Imágenes en una pantalla de video ilustraban las frases de los jóvenes que leyeron mi semblanza, así como las palabras de joven presentador. Dos niñas encantadoras, con cándido entusiasmo y un talento innegable, representaron una escena adaptada de la novela. En la escena, la abuela Memé le explica el significado de los días a su nieta Tit Karine. Confieso que lograron conmoverme. Una de las profesoras, creo que de nombre Clara, dirigió con acierto la corta representación.

Había llegado la hora de las preguntas. Admito haberme quedado impresionado. Las preguntas de estos adolescentes fueron todas pertinentes, inteligentes y bien formuladas. Me había preparado para un diálogo algo superficial o al menos “intelectualmente correcto” y me encontré de pronto hablando, mientas una linda fotógrafa tomada instantáneas, del oficio de escritor, del complicado nacimiento de los libros, de las sutiles características de las palabras, de los mecanismos y herramientas del oficio, de las dificultades que había encontrado para cambiar de género y convertirme en novelista… de la vida y la muerte.



Ellos, desde su perfecta y fresca juventud me escuchaban con interés; podía ver en sus miradas brillantes y amables que estaban disfrutando de aquel encuentro tanto como yo. En algún momento, algunas profesoras intervinieron para manifestar su satisfacción ante el buen desempeño de los alumnos de la profesora Griselda Díaz, quien les había recomendado la lectura de mi novela.

Salí lleno de presentes; todos hermosos; el mejor de todos: el recuerdo inolvidable de una mañana luminosa junto a un grupo de jóvenes inteligentes, discretos y entusiastas en el colegio Minetta Roques. Me podría haber quedado todo el día con ellos. Me hicieron pensar que el futuro de nuestro país, después de todo, era esperanzador.

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